Hay ocasiones, días, en los que el ambiente no te hace pensar que vaya a ocurrir nada extraordinario.
Días en los que sales a la calle con la inercia firme de cumplir con tu responsabilidad, pero nada más.
Ese día fue uno de esos; tras tomar el café y pertrecharme con mi "kit del valorador" asalté el asfalto de la calle y comencé a transitar sobre los neumáticos, entretenido con mis pensamientos.
Era la primera casa y me abrió la puerta una delicada y pequeña señora, llena de testimonios de su historia en la piel y con una luz en la mirada que me invitaba a pasar y a no marcharme jamás.
Se llamaba Juana (ficticio), tenía 95 años y su caminar, aunque inestable, aún conservaba la gracia y la cadencia de quien ha sustentado un hogar desde que alcanza su memoria.
Al pasar a la sala, encontré a Manuel (ficticio), de 97 años, derrotado en un sillón que cada día le abrazaba con más y más insistencia y ante el que ya se había rendido. Su voz, débil y entorpecida por la mascarilla del oxígeno, me regaló un "buenos días muchacho!!! Siéntate aquí a mi vera!!" y, como quien recibe un regalo, así lo hice y me dispuse a entablar una agradable charla, en la que el acto de valoración de la dependencia, se colaba furtivo y casi imperceptible.
Juana, que le cuida, iba muy amablemente apostillando cada dificultad que Manuel trataba de obviar, empujado por ese amor propio que trataba de pelear por no perderse, lo que yo agradecía siempre con una sonrisa entre cómplice y complaciente.
Finalmente, tras explicar todo el trámite administrativo que quedaba, me vi atrapado por un relato espontáneo que Juana comenzó a brindarme, casi sin darme cuenta:
"Niño, como supondrás, en esta casa no sabemos qué es dejar de luchar, de trabajar, de esforzarnos... de sufrir. Desde niños, el campo fue nuestro único mundo y, cuando nos conocimos y nos casamos, Manuel tuvo que cargarse más de esfuerzo y trabajo, porque los niños iban llegando y debíamos darles la vida que nosotros no pudimos tener. Pero con muchísimo esfuerzo, conseguimos sacarlos adelante. ¡Ya los tenemos a todos colocados! Y ahora, con nuestra edad y nuestros achaques, nos encontramos que no podemos casi ni movernos. Sois un soplo de esperanza. Todos los muchachos de la Dependencia sois un milagro y si no fuese por vosotros, nos moriríamos sin que a nadie le importase" Justo en ese momento, no pude evitarlo, pero me emocioné, no pude guardar la compostura, me fue imposible.
Manuel con muchísima dificultad, continuó aliviandome y completando el discurso de su mujer "No llores muchacho. Esta vida es injusta, ¡mucho! Se sufre, se lucha y, las más de las veces, el resultado no satisface; pero hay ocasiones en que te sorprendes y te encuentras cosas, como la Dependencia, que te alegran la vida y personas como tu, a las que les duele esto que están haciendo con la Dependencia y que están dispuestas a luchar por ello. Por eso, aparte del resultado de la valoración, te exijo que pelees por esto, que no permitas que esta panda de políticos incompetentes que sufrimos, nos roben el último rinconcito de dignidad que nos han dejado. Te pido que no dejéis de manifestaros, que no dejéis de denunciar, que no dejéis de sentir esto como lo sentís. No tenemos a nadie más, solo a vosotros. Sois lo único que nos queda a quienes no podemos levantar la voz y más necesitamos esto."
Salí de esa casa, cargado de energía, fuerte, motivado y con esa frase retumbando en mi cabeza "Te exijo que sigáis luchando [...]Sois lo único que nos queda a quienes no podemos levantar la voz".#PorMiYPorTodosMisCompañeros
#PorEllos
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